
Por: Mónica Aguilar
Creadora de Bona Nit Petit
A pocos días del Día de las Madres, vale la pena mirar con ojos nuevos cómo ha evolucionado el concepto de familia, de crianza y de maternidad. Negar esa evolución sería darle la espalda a una realidad que late cada vez más fuerte: no hay una sola forma de maternar y cada familia encuentra su propio modo de hacerlo con amor, esfuerzo y compromiso.
Hace tiempo que la maternidad dejó de tener una sola cara. Hoy conviven múltiples formas de criar, de cuidar, de acompañar. En algunas casas todavía sobrevive el modelo más tradicional, donde la madre carga con la mayor parte de la crianza y el padre ocupa un rol más periférico, muchas veces asociado al sostén económico pero esa imagen ya no representa a la mayoría.
Cada vez más mujeres crían solas, desarrollando una maternidad resiliente, atravesada por la necesidad de equilibrar trabajo, hogar, emociones y expectativas sociales. En otros casos, las familias se reconfiguran: aparecen nuevas parejas, hijos de vínculos anteriores y una maternidad que se vuelve colaborativa, donde el diálogo y la paciencia se vuelven esenciales.
También están las madres que no crían solas porque no pueden, ni porque quieren, sino porque no tiene sentido hacerlo. En las familias extendidas la crianza se vuelve comunitaria, compartida con abuelas, tíos, hermanas. El saber circula, la carga se aligera y los chicos crecen rodeados de afecto múltiple.
En los hogares adoptivos, la maternidad se resignifica desde el amor elegido. Se cultivan vínculos desde el deseo profundo de construir una familia, más allá de los lazos biológicos. Y en las familias homoparentales, la maternidad se vive desde la igualdad, desde la decisión de criar juntxs, de compartir la ternura y también las responsabilidades.
Existen maternidades que son temporales, como en las familias de acogida, donde el amor se entrega sabiendo que tal vez no se quede pero que, mientras dure, será refugio y cuidado. Y están esas otras formas de maternar sin hijxs propios: eligiendo cuidar a sobrinos, ahijados, alumnos o incluso mascotas, desde una lógica de afecto que no necesita del útero pero sí del corazón.
También hay maternidades que desafían los marcos legales, parejas que eligen convivir y criar sin pasar por el registro civil, construyendo desde la flexibilidad y la confianza mutua. Y otras que se enfrentan al desafío de lo intercultural: donde criar implica aprender y enseñar más de un idioma, más de una comida, más de una forma de entender el mundo.
Maternar hoy es mucho más que parir. Es acompañar, elegir, reconstruir. Es sostener vínculos que no siempre son fáciles pero que tienen como centro el bienestar de quienes crecen. Es aceptar que no hay una sola receta, y que cada familia –a su manera– hace lo mejor que puede, con las herramientas que tiene y el amor que puede ofrecer.
Y eso, también, merece celebración.