Por Alicia Alarcón
La nostalgia de lo que fue y que tal vez no será, es lo que tiene sobrecogido al mundo. Billones de personas despiertan cada día con la esperanza de que se anuncie el regreso a la normalidad de antes, no ésta que requiere cubrirnos la mitad de la cara, usar guantes de plástico, mantener 6 pies de espacio entre nosotros, cuando estamos en público. Esta nueva realidad no nos gusta y no hay forma de cambiarla.
Los sentimientos buenos y malos afloran en cada hogar a diario. Algunos hermanos se han reconciliado, demandas de divorcio se han cancelado, viejos rencores han desaparecido, pero también se ha visto un aumento en la violencia doméstica; separaciones definitivas entre parejas y depresión en niños que añoran con regresar a la escuela.
El mundo de un año para otro se convirtió en un gigantesco barco a la deriva, manejado por múltiples capitanes que ven tierra firma en distintas partes. Sus compases y mapas son diferentes. Cada uno insiste en tener la razón y el barco se tambalea y con cada ola más personas caen por la borda. Ya son mucho los cadáveres, la cifra se acerca cada vez más al medio millón.
El coronavirus es eso, una ola que azota a esta nave que se llama tierra y los gobernantes han probado ser incapaces de contener la pandemia que cada vez causan más daño. Los peores son aquellos que piensan que si no la mencionan, desaparecerá y volverá de manera mágica la normalidad que teníamos antes. Ese es el caso de nuestro Primer Mandatario.
¨No se puede hacer una prueba de coronavirus a todos.¨ Afirma el Presidente. Eso lo pueden decir los que gobiernan países pobres, no el que rige los destinos del país más poderoso de la tierra. Este es el único país que tiene los medios económicos y logísticos para ofrecer pruebas que detectan la presencia del mortal virus a todo el que lo solicite. Hay los billones para hacerlo de inmediato y de manera gratuita.
Es mejor para el Presidente ignorar los números, se frustra porque su Departamento de Salud insiste en seguir haciendo pruebas. ¨Entre más pruebas, más afectados.¨ Responde furioso.
El gigante del Norte por primera vez se tambalea ante un enemigo que no ubica, que no ve, que apenas conoce, pero que le ha infringido a la fecha casi 150 mil bajas. Tras cada baja hay una persona, una madre, un padre, un abuelo, un hermano, una hermana, un hermano. Todos partieron en la más absoluta soledad, aquella donde no se divisa el rostro de un ser querido. Así es ahora la muerte en nuestra nueva realidad.
Hasta ahora, gracias a los esfuerzos heroicos de muchos médicos y enfermeras, cientos de miles han sobrevivido los embates del virus, hombres y mujeres de todas las edades en todo el mundo, narran su cuarentena de pesadilla en la que nada más iba a salir un vencedor. Entre los sobrevivientes de Covid se encuentran mis primas hermanas Ana y María que sintieron que el aire se les iba para siempre pero se mantuvieron firmes en su tenaz lucha que incluyó medicamentos y tés medicinales.
Muchos deciden ocultarlo, temerosos del rechazo o la discriminación que puedan tener por parte de los demás. No es el caso de mis primas quienes han tomado como una misión personal divulgar su historia por todos los medios a su alcance.
¨Alicia, te lo juro no sabíamos cuál de las dos se iba a morir primero.¨ Afirma mi prima Ana. Como sucede en todas las familias cuando uno de los miembros resulta con Covid, las sospechas recaen en el que más sale de la casa. ¨Yo creí que había sido Gerardo, (Se refiere a su hermano) pero a la mejor fui yo, porque también salgo al mercado. ¨ Continúa. La lucha duró 14 días exactamente. ¨No se lo deseo ni a mi peor enemigo.¨ Agrega María.
Mis primas aseguran que más que los medicamentos fue el té de un limón partido en pedazos que hirvieron por más de 10 minutos y que vaciaron a un recipiente donde colocaron dos aspirinas, combinación que tomaron cada 24 horas a los primeros síntomas de Covid. Debo decir que este remedio casero hasta el momento no tiene sustento científico. Es importante consultar a un médico.