Maribel Hastings y David Torres
Con el lío de la pandemia, la crisis económica y el dramón de la derrota electoral que Donald Trump tilda de “robo” —y de la que se sigue lucrando vergonzosamente—, todavía no encajamos en la realidad de que a partir del 20 de enero, al mediodía, el demócrata Joe Biden asumirá no solo las riendas del país, sino el desmadre que deja Trump a todos los niveles.
Tal pareciera, incluso, que esos escollos que ha ido dejando el presidente a lo largo del camino en estas últimas semanas han sido con todo propósito para dificultar aún más no solo la transición, sino la entrada el funcionamiento de un próximo gobierno que se dedicará en gran medida a sanear la Casa Blanca. En ese sentido, ya el equipo de Biden ha empezado con la conformación de un gabinete contundentemente plural, como el reflejo del Estados Unodos de hoy.
Por eso no está de más hacer un llamado al pragmatismo y a la paciencia, porque Biden y la vicepresidenta electa, Kamala Harris, no tienen una varita mágica para solucionar de un solo golpe todos los escollos que tienen ante sí. Y si el Senado permanece en control de los republicanos, a nivel legislativo muchas de las promesas formuladas enfrentarán una batalla cuestarriba.
En ese frente legislativo cabe recordar que aunque Trump ya no esté, ha envenenado suficientemente las aguas.
Por ejemplo, a un mes y días de las elecciones, solamente 27 de 249 legisladores republicanos del Congreso reconocen a Biden como presidente electo, según The Washington Post, pero la mayoría sigue agachando la cabeza ante el “supremo” Trump y sus ridículas acusaciones de que le “robaron” la elección. Es un falso recurso retórico del que ya todo mundo se dio cuenta, incluso sus partidarios, pero que lo tienen que obedecer a pie juntillas por conveniencia política, aunque sea contraproducente para la nación, con dramas que envidiarían las mejores producciones teatrales.
Y es tan fuerte, de hecho, el control del presidente sobre el Partido Republicano y tan intensa la sed de poder de estos legisladores, que no les importa que Trump siga timando a sus huestes con el falso argumento de fraude electoral pidiéndoles donaciones que ya superan los 200 millones de dólares. De ese tamaño es la mentira y de ese mismo tamaño es la peligrosa enajenación que hereda el gobierno de Trump y con la cual hay que convivir incómodamente a nivel social una vez que abandone la Casa Blanca.
En tanto, las muertes por coronavirus en Estados Unidos ya rondan las 300,000; hay kilométricas filas en todo el país de personas buscando comida para sus familias, pero para Trump y los republicanos es perfectamente normal seguir exprimiendo el falso fraude para que incautos sigan financiado campañas políticas o quizá los gastos legales del futuro expresidente. Acostumbrado a aprovecharse de los demás, es evidente que Trump no ha hecho más que aplicar su filosofía personal para, en los últimos coletazos de su colapso político, salir con una ganancia personal, nunca en favor de su propio pueblo.
Sucede que todavía no se sabe qué efecto tendrá el veneno de Trump en las acciones de los republicanos en el Congreso, aunque a juzgar por su asqueante conducta a lo largo de su presidencia, sería un milagro que cambiaran sus modos. En todo caso, Trump puso en evidencia lo que realmente son esos republicanos, lo que nos lleva a concluir que su capacidad de cooperación para avanzar medidas legislativas propuestas por Biden es relativamente nula. De ahí que apelar a su conciencia política se convierta en una tarea vacua, a pesar de que su reputación permanezca por los suelos cuando todo esto haya pasado y la historia los señale como lo que son: traidores a su propios valores, a su propia nación.
Es decir, la pregunta es si algunas de esas medidas legislativas tendrán posibilidades; o si, como ocurrió con Barack Obama y con el propio Trump, las órdenes ejecutivas seguirán siendo el vehículo predilecto para impulsar una agenda legislativa.
En materia migratoria, por ejemplo, recordemos que Obama amparó a los Dreamers de la deportación por orden ejecutiva, con DACA, la cual Trump revirtió. El tema ha estado enfrascado en tribunales. Este pasado viernes un juez federal ordenó a la administración Trump a reanudar de inmediato el programa y a aceptar nuevas solicitudes. La pregunta obligada es si en un tema como DACA será posible impulsar una solución legislativa permanente, o si permanecerá como medida administrativa.
Esa es una de las prioridades migratorias del próximo gobierno, pues en el ámbito de los sacrificios personales y familiares, los migrantes tienen en sus Dreamers la única opción de ver cristalizadas sus metas desde el primer día en que pisaron este territorio con la esperanza de proveerles una vida más digna, una mejor oportunidad para progresar.
A DACA se suman otros asuntos, por supuesto: el TPS; cambios a las leyes de asilo; el muro fronterizo; el veto musulmán; las familias separadas, así como el tema más espinoso de todos: la legalización de 11 millones de indocumentados. Y a estos temas se puede agregar una potencial crisis en la frontera sur si se reanudan caravanas de migrantes o si se exacerba la precaria situación de los miles de migrantes varados que buscan pedir asilo en Estados Unidos.
En efecto, salvo por la pandemia que sirve de freno temporal, no es de dudar que nuevas caravanas de migrantes se vuelvan a organizar, tomando en cuenta el respeto que seguramente el próximo gobierno de Biden tendrá por las leyes de asilo. Esa también será una prueba de fuego para resolver esa crisis en la frontera que ha dejado una cicatriz aún más dolorosa en la frontera sur que la construcción del muro.
Todo esto en medio de una pandemia que Trump ignoró, minimizó y entorpeció, y sigue entorpeciendo la respuesta efectiva del gobierno federal. Y en medio de una crisis económica que se intensifica según aumentan las muertes por el virus.
Es cierto que Biden formuló promesas, especialmente en materia migratoria, y muchas de ellas tienen que ver con revertir nefastas medidas administrativas firmadas por Trump. Esto podrá corregirse, y aunque el proceso no es automático tendrá que poner su mayor esfuerzo si quiere ver cristalizada la gesta histórica de haber vencido a una administración xenófoba por una amplísima diferencia de casi 8 millones de votos. A eso también tendrá que responder y respetar.
Pero cuando se trate de medidas que requieran de la aprobación del Congreso, si el Senado permanece en control republicano, la tarea no será fácil. Biden estuvo cuatro décadas en el Congreso y se caracterizó por su capacidad de tener buenas relaciones con colegas republicanos. Pero esto fue antes de que fuera presidente y antes de que el Partido Republicano llevara incrustada la “T” de Trump y antepusiera el prejuicio, la mezquindad y las falsedades al bienestar nacional.
En otras palabras, hay que respirar más aliviados porque se anticipa que Biden dé marcha atrás a muchas de las medidas más nefastas que Trump impulsó en el rubro migratorio y en otros. Pero no será ni automático ni fácil.
Pero cuando se inquiete si las promesas no se cumplen inmediatamente, tenga paciencia, sin quitar el dedo del renglón, y recuerde que desde el 20 de enero Trump no será presidente.