Maribel Hastings y David Torres
Esta semana, con suerte, sabremos si los votantes de la nación optaron por un cambio de mando en la Casa Blanca, hartos de casi cuatro años de mentiras, división, políticas públicas crueles y desdén por la vida humana. En especial, en medio de la pandemia del Covid 19. O bien, si por alguna razón que sociólogos e historiadores intentarán explicar, sabremos si esta nación reelegirá a Donald Trump, dándole la espalda a los preceptos básicos de decencia y humanidad.
Este panorama es, quizá, el punto de quiebre en el que se estaría definiendo no solo el carácter del país que había alcanzado la ejemplificadora quintaesencia de la democracia, sino que determinaría incluso el complejo nuevo rumbo nacional e internacional de la historia, de cara a un Siglo XXI que no termina de desprenderse de trabas y vicios de la centuria pasada, paradójicamente ocurriendo ahora mismo en Estados Unidos.
Eso, claro, si los resultados de la elección son contundentes. Porque si el demócrata Joe Biden gana en una elección cerrada, es de anticipar que Trump recurra a lo que sea para impugnar esos resultados con tal de mantenerse entronado. Y para ello, mañosamente ha cimentado una retórica específica para poner en duda la integridad del proceso electoral, en aras de convencer a sus seguidores de que, de antemano, el triunfo es “suyo” y de nadie más.
En efecto, los diversos escenarios son difíciles de digerir porque incluso aunque Biden tuviera un sólido triunfo, queda por ver la reacción que tendrán Trump y sus huestes convencidas por su líder de que el “fraude” es lo único que podría explicar un triunfo demócrata. Lamentablemente ya han dado muestras muy claras de intolerancia y de violencia, mismas que han hecho ver a este país como un potencial foco rojo a evitar en el futuro, poniendo en riesgo el importante papel que había tenido como destino histórico del mundo en desamparo.
Y si Trump es reelecto, la pregunta central es ¿qué le pasó a Estados Unidos y qué dice ese resultado de nosotros como sociedad?
Es decir, qué significará que revalidemos a un mentiroso compulsivo que carece del más mínimo concepto de decencia; que solo vela por sus intereses económicos; que ha minimizado una pandemia que ha matado a más de 230,000 personas y siguió haciendo campaña con eventos que se convirtieron en focos de contagio; que se burla de la ciencia y de las recomendaciones para frenar los contagios y que incluso acusa a los médicos de “enriquecerse” por declarar que la causa de muerte de un paciente ha sido el Covid. Basta ver sus gesticulaciones y las reacciones al cúmulo de imprecisiones que sobre la pandemia emite en sus actos públicos de campaña, para darnos cuenta cómo se burla incluso de esos que lo apoyan porque sabe que los tiene comiendo de su mano.
Un individuo con una política migratoria sustentada, casi de manera sádica, en la crueldad, separando a niños de sus padres y extraviando a esos padres, sin mover un solo dedo para acelerar el reencuentro y sin importarle la angustia acumulada de esas familias, ni mucho menos el daño psicológico que sufrirán de por vida los menores; hacinando a esos niños y a sus padres en jaulas sin la debida higiene ni los cuidados médicos básicos, e incluso exponiéndolos a permanentes vejaciones. Un presidente que ha pisoteado las leyes de asilo de este país hasta hacerlas irreconocibles, mientras miles de familias han quedado varadas y destrozadas en la frontera sur en espera de una respuesta que cruelmente las autoridades han tardado en hacer llegar.
Un presidente empecinado en eliminar el Obamacare que ofrece cobertura médica a 20 millones de estadounidenses, únicamente porque lo promulgó Barack Obama, con quien Trump está obsesionado desde que encabezó la campaña cuestionando la ciudadanía estadounidense del expresidente, y cuya reaparición en el escenario político ha significado para la psique de Trump un escollo que no lo dejará en paz.
Un mandatario que fomenta la división y el racismo; que se ha negado a condenar rotundamente a supremacistas blancos; que minimiza las tensiones raciales del país y llama “turbas” a manifestantes con reclamos válidos; que no respeta a las mujeres; que burla las leyes fiscales y no paga impuestos, a diferencia del resto de los contribuyentes, incluyendo a los inmigrantes indocumentados, muchos de los cuales también trabajaron para él, pero que han sabido cumplir con el IRS.
Un presidente, en fin, que favorece a dictadores y autócratas —pareciéndose cada vez más a ellos—, mientras ataca a aliados tradicionales.
En 2016 Trump increíblemente logró su triunfo en el Colegio Electoral aunque perdió el voto popular por una enorme diferencia. Si después de todo lo que Trump ha hecho y deshecho es reelecto el martes, ya no se tratará de cuestionar quién es él sino qué dice eso de nosotros como nación, como líder mundial.
Pues como dice el dicho: “Fool me once, shame on you; fool me twice, shame on me.” (Si me engañas una vez, culpa tuya; si me engañas otra vez, culpa mía).