
Por: Patti Reyes
@lapattireyes
Hay conciertos que no solo se escuchan: te atraviesan el alma. Lo de Enrique Ramil en León, Guanajuato fue una ceremonia sensorial donde cada nota parecía un suspiro hecho luz. Quienes estuvimos ahí respiramos el mismo latido, esa mezcla entre magia y verdad que solo ocurre cuando un artista deja el corazón sobre el escenario sin reservas.
Y al salir, no caminamos: flotamos. Volvimos a casa con el pecho lleno y la piel encendida, conscientes de haber sido testigos de algo irrepetible, un concierto que no se vive dos veces. Enrique Ramil no solo cantó; desató un huracán emocional que aún hoy resuena en quienes tuvimos el privilegio de estar ahí, celebrando su brillo apoteósico y absolutamente poderoso.
Como parte de su Tour Soledades México 2025, Enrique estaba programado para las 21:15, pero la noche tenía una sorpresa preparada: el venezolano más mexicano, Oscar Moncada, irrumpió en el escenario a las 21:04 con la fuerza de un huracán musical. Regaló dos joyas de Juan Gabriel, su ìdolo, que encendieron al público y, como si fuera poco, se despidió con un explosivo “Atentamente tu ex amigo” del compositor mexicano Fabián Pacheco, dejando al Foro Paruno vibrando entre gritos, aplausos y la sensación de que acababa de ocurrir un momento mágico que nadie vio venir.

Enrique Ramil abrió la noche a las 21:20 horas permitiendo que las primeras notas de “Vengo a ofrecer mi corazón” de Fito Páez encendieran el aire como un conjuro luminoso, una invitación irresistible a dejarse llevar por la emoción desde el primer latido. Aquella melodía no solo inició el concierto: abrió un portal donde la sensibilidad vibraba más alto que el sonido.
Y como quien firma un pacto con la nostalgia, continuó con “A la que vive contigo”, el clásico inmortal de Manoella Torres, envolviendo al público en una oleada de sentimientos que erizaba la piel. Desde esos primeros instantes, quedó claro que la noche estaría hecha de emociones profundas, de voces que no solo se escuchan, sino que tocan el alma y la transforman.
Antes de continuar con el repertorio, el ganador a Mejor Intérprete Internacional en Viña del Mar 2024 abrió su corazón ante el público y soltó una confesión que desató ternura inmediata. Con una sonrisa tímida, admitió que los nervios todavía lo acompañaban, pero que se sentía agradecido de ver el lugar lleno, especialmente después de recordar que, dos años atrás, en León apenas se habían vendido cuatro boletos y el empresario había cancelado a última hora. “Nunca es tarde si la dicha es buena”, dijo, provocando un cálido aplauso que selló el momento.
La conexión con el público se volvió aún más entrañable cuando presentó a su pianista, el maestro Jorge Casas, y remató con un comentario que hizo estallar las risas del recinto: “Aquí estamos cómodos, cabemos todos… ¿Quién fuera piano, verdad? ¡A veces es más fácil encontrar un novio que un pianista!”. Su espontaneidad, humor y vulnerabilidad convirtieron esa pausa en uno de los instantes más memorables de la noche.

Luego arrancó con “Sin raíz”, y en ese instante el ambiente cambió: Enrique Ramil comenzó a buscar entre la multitud a Enero del Moral, el talentoso cantante guanajuatense y exparticipante de La Voz México (TV Azteca), cuya voz había conquistado al español desde aquella interpretación magistral que le hizo en el famoso programa. La expectativa del público creció como una ola, presagiando un momento que ninguno olvidaría.
El concierto dio un giro mágico cuando Enrique apareció con una pecera transparente rebosante de papelitos, como si llevara en las manos un pequeño oráculo musical. “Vamos a ver qué sale… ustedes mandan”, soltó con esa complicidad que incendia al público, justo antes de invitar a una fan a sacar el primer destino de la noche. Entonces ocurrió: la suerte habló y pidió “A la sombra de un león”, el clásico inmortal de Ana Belén que hizo suspirar a todo el foro.
Y como si el azar tuviera un sentido del espectáculo impecable, los siguientes turnos destaparon “No me queda más” de Selena y la eterna “La gata bajo la lluvia”. Cada papelito era un grito, un recuerdo, una coreografía espontánea… y el público, encantado, se convirtió en el director invisible de un momento irrepetible.
“¿Por aquí está Enero?… a ver si cantamos algo juntos; él hizo una versión mía hermosa en La Voz México”, dijo Ramil con una emoción tan palpable que erizó la piel de todos. Y así, ante gritos, aplausos y una energía vibrante, lo invitó a subir al escenario a cantar “La gata bajo la lluvia”, para sellar uno de los instantes más memorables de la noche: dos voces, un mismo sentimiento y un encuentro que se volvió historia.
Arriba y abajo del escenario estallaba la locura, una energía vibrante que parecía encenderse sola; y justo cuando el público creía haberlo visto todo, llegó el siguiente golpe de emoción: “Acaríciame”, del emblemático álbum “Soy Auténtica y Punto” de Lupita D’Alessio, desatando un coro unísono que convirtió el momento en pura euforia y piel de gallina colectiva.
Le siguieron “Perdóname”, “Sabe a cielo” del mexicano Raúl Castillo, “Escándalo” de Raphael, “Soy lo prohibido” de los compositores Dino Ramos y Roberto Cantoral, interpretada por Luis Miguel y “Durmiendo sola” de Vanessa Martín… una cadena de temas que parecían encender el aire con cada acorde. Cada interpretación fue un golpe directo al pecho: voces que se elevaban, emociones que se desbordaban y una energía que hacía vibrar cada rincón del recinto. Los que estábamos ahí lo sentimos: era como si cada canción abriera una puerta distinta a la memoria, al deseo y al puro placer de escuchar a un artista entregado de principio a fin.
Y mientras la noche seguía avanzando, se notaba cómo Enrique se crecía en el escenario, cómo su voz tomaba fuerza y su corazón se volcaba en cada nota. El público leonés respondió con la misma intensidad, convirtiendo cada canción en un dueto emocional, en una celebración íntima y poderosa. Quien no estuvo ahí quizá nunca entienda del todo lo que pasó, pero seguro que al leer esto sabrá que se perdió un momento irrepetible, de esos que no vuelven y que se quedan tatuados en quienes tuvieron la fortuna de vivirlo.
Enrique Ramil siguió encendiendo la noche con otro clásico inmortal: “Así fue”, la joya que Juan Gabriel escribió para Isabel Pantoja. Y aunque muchos la conocen por ella, en la voz de Ramil adquiere un brillo nuevo, casi celestial, como si cada nota estuviera hecha para sanar, estremecer y quedarse tatuada en el alma.
El aire se volvió casi sagrado cuando Enrique Ramil desnudó el escenario con “La moneda de la soledad”, un momento tan íntimo que el público contuvo la respiración para no romper la magia. Al terminar, con la voz aún temblando de emoción, soltó una confesión de esas que desarman corazones: “Me gusta que se sepan ‘La gata bajo la lluvia’ y todas esas, pero que se sepan las mías… me gusta más”.
Aquella frase, sencilla y luminosa, encendió una ola de ovaciones que recorrió todo el recinto como un abrazo colectivo. En ese instante, Ramil no solo cantó: reclamó su lugar en la memoria del público, y el público se lo entregó sin condiciones.
A las 10:33 se encendió la magia: llegó “La Reina duerme”, su más reciente creación, una pieza que honra a la música mexicana mientras sacude cualquier límite con un mensaje feroz de autoconfianza y libertad. Un homenaje luminoso, profundo y valiente, que envolvió al público en un abrazo poderoso, de esos que levantan el pecho y despiertan algo nuevo por dentro.
“Yo no sabía si cantarla o publicarla; un español cantando sobre Xochimilco, Chapultepec o Acapulco…”, confesó entre risas y emoción, dejando claro que atreverse también es un acto de amor. Ese gesto, esa mezcla perfecta entre riesgo, respeto y autenticidad, confirma por qué su voz y su propuesta lo colocan hoy como uno de los artistas más influyentes y desafiantes de la música en español contemporánea.
Luego llegaron “Mentira” y “Prefiero ser la otra”, dos temas donde las letras se vuelven poesía, reclamo y verdad, escondidas bajo esa falsa discreción que estremece. Enrique Ramil las convirtió en interpretaciones delicadas y a la vez demoledoras, tan precisas que rozaron lo divino. El público estalló en gritos y aplausos, y el Foro Paruno vibró como un corazón colectivo lleno de nostalgia, energía y música que tocaba fibras profundas.
Porque sus canciones hablan de amor y desamor, de rutina, deseo, soledad y resistencia; hablan de todos y de cada uno. En ellas, Enrique Ramil transforma lo cotidiano en una experiencia estética que muta frente a nuestros ojos. Su escritura camina entre la crudeza y la belleza, entre lo íntimo y lo universal, dejando claro que lo suyo no es solo cantar: es revelar emociones que muchos sienten, pero pocos saben nombrar.
¡Era pura locura! El público aún intentaba recuperar el aliento cuando comenzaron a sonar los primeros acordes de “Lo dudo” de José José, seguidos por “Procuro olvidarte” de Hernaldo Zúñiga, “El reloj” de Roberto Cantoral y “Puro Teatro” en la versión de Vicentico. Cada intro desataba un nuevo grito, un recuerdo, una emoción distinta, como si el Foro entero vibrara al ritmo de la nostalgia que solo los clásicos saben despertar.
En medio del concierto, cuando la música ya tenía al público vibrando, ocurrió un instante tan inesperado como mágico: una pareja subió al escenario para sellar su historia con una propuesta de matrimonio. El foro estalló en gritos, aplausos, abrazos espontáneos y sonrisas que brillaban más que las luces. Era uno de esos momentos que detienen el tiempo y recuerdan que el amor, cuando es verdadero, ilumina todo lo que toca.
Conmovido hasta las lágrimas, Ramil celebró desde lo más hondo de su alma: “Que viva el amor… del bueno. Que el próximo concierto ya sea señora de Javier”. Sus palabras desataron otra ola de emoción que hizo temblar al público, porque lo que se vivió ahí no fue solo una propuesta: fue un recordatorio de que la música une destinos, de que la vida sigue sorprendiéndonos, y de que aún existen instantes tan puros que nos hacen llorar de alegría.

Óscar Moncada regresó al escenario para encender la oche junto a Ramil con “Solo conmigo”, una joya que el español escribió con la icónica compositora de “Despacito”, Erika Ender, y que nació como un abrazo directo para sus fans. El público contuvo el aliento: dos voces poderosas, un mismo latido y un escenario convertido en pura magia.
Fue un dueto que dejó boquiabiertos a todos, una postal luminosa donde el talento se desbordó y la complicidad entre ambos artistas brilló como un momento destinado a repetirse en miles de pantallas. Una escena para presumir, compartir y recordar.
Eran las 10:54 y parecía que el final había llegado, pero el público no estaba listo para soltar la magia. Entre gritos y aplausos que estremecían el foro, Enrique Ramil regresó al escenario con una sonrisa traviesa y esas palabras que desataron la locura colectiva: “Tengo cinco minutos más”. En ese instante, la noche se volvió a encender como si todo estuviera empezando de nuevo.
Y esos últimos cinco minutos se transformaron en pura gloria. Ramil regaló “Cuando estoy contigo”, continuó con dos desgarradoras: “Señora” y “Se nos rompió el amor” de Rocío Jurado y cerró con “Mi soledad y yo” de Alejandro Sanz, el tema que el público había implorado toda la noche. Fue un final a la altura de un directo poderoso, intachable y brillante; un broche de oro que dejó a todos con el corazón en la mano y la certeza de haber vivido algo irrepetible.
El cantautor español no busca agradar, busca sentir. Con cada verso y cada silencio, transforma la herida en belleza y la vulnerabilidad en poder. Su espectáculo en vivo no se explica: se vive. Y al escucharlo, una parte de ti también se vuelve un poco más peligrosa, más libre y más real.
El artista ha logrado un balance perfecto entre lo clásico y lo contemporáneo, algo que se siente en cada acorde de su música. Su energía vibrante y su habilidad para conectar con el público lo hacen destacar en un panorama musical diverso y competitivo. En directo, Enrique Ramil continúa su camino, desafiando las expectativas y demostrando que sus letras pueden ser un vehículo de fuerza y actitud, diferente a los relatos románticos tradicionales.
Desde su paso por Operación Triunfo y Tierra de Talento, Enrique ha demostrado una maestría excepcional al integrar la música latina a su estilo musical, explorando diversas temáticas y sonidos que trascienden fronteras. Con canciones como “Prefiero ser la otra”, “La reina duerme” y “Solo conmigo” ha dejado claro que su propuesta es única y arriesgada, siempre buscando romper esquemas.
EL GRAN GESTO de Enrique Ramil llegó después de su apoteósico directo: se quedó con sus fans en un meet & greet lleno de cariño, firmando con paciencia cada pieza de su valioso merch y regalando sonrisas en cada foto. Un artista inmenso en talento, pero aún más grande en sencillez, que demuestra que tocar corazones también es parte del show.
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