Por Alicia Alarcón
Un letrero que nadie se ha tomado el tiempo de enderezar indica la llegada al Este de Los Ángeles, la búsqueda de un lugar para reparar una esclava que me regaló mi hermana y un reloj que fue obsequio de mi sobrina me llevó a esa zona de la ciudad. La nueva tecnología facilita encontrar lo que buscamos. Con tan sólo ordenar de viva voz al teléfono, seguido de near me.
La dirección señala bajar en Whittier Bulevard. Es mejor estacionarse y caminar. La mayoría de las tiendas son pequeñas. Parte de su mercancía descansa sobre las banquetas, con letreros de súper descuentos. El frío de mediodía cala los huesos. Una mujer empuja de prisa la carriola donde lleva a un bebé cubierto con una cobija de franela. Tras ella, dos niños corren tratando de alcanzarla. Ella acelera aún más el paso. Se le emparejan en la esquina, antes de cruzar el semáforo. Ella los reprende. ¨Si se vuelven a quedar atrás los voy a dejar, ¿Oyeron?¨ Los niños asienten con la cabeza.
En el Bulevard Whittier hay dos Casas de Empeño, una muy cerca de la otra y a poca distancia un establecimiento con dibujos de corazones de color rojo pegados a la puerta. Un letrero con luces de colores anuncia literatura y videos para adultos.
Más allá diviso a la joyería donde hacen reparaciones y con un enorme corazón enfrente anuncian el 30% de descuento en la compra de joyas y diamantes. Con un pequeño ajuste en el broche de la esclava, y una diminuta pieza de metal que incrustó en el extensible, la empleada solucionó el problema. Se negó a cobrarme. Todo fue de cortesía. Ese gesto no lo hubieran tenido en ninguna joyería fuera del Este de Los Angeles. Pensé.
Caminar por Whittier Bulevard es pisar un lugar histórico, por ahí desfilaron activistas que protestaron en los años 20, la prohibición que tenían los mexicanos, por parte del gobierno, de comprar propiedades más allá de las vías del tren. Fue también escenario de brutales represiones de la policía en contra de los jóvenes que hicieron de ese Bulevard su calle predilecta para pasear en carro, conocer muchachas, tomarse la cerveza y echar relajo. Esa actividad fue suspendida de repente el día en que llegaron decenas de carros patrullas ¨para restablecer el orden¨ a base de golpes de macana que dejaron a más de uno mal herido y a otros con serias contusiones en la cabeza.
Una de las víctimas fue mi amigo Roberto, periodista que no veo desde que se mudó a Texas, hace más de dos décadas, me lo contó en detalle. Tomaba fotos de las golpizas que los policías propinaban de manera indiscriminada a los jóvenes y a las jóvenes cuando un golpe de macana le abrió la frente y los que le siguieron lo dejaron inconsciente.
Roberto se convirtió desde entonces en un activista que pugnaba por la independencia de la ciudad. Para él, los abusos en esa área se acabarían cuando el Este de Los Ángeles se convirtiera en ciudad. Esos movimientos independentistas se esfumaron al darse a conocer las cifras que necesitarían aportar los residentes del área para cubrir sus necesidades una vez desaparecidos los subsidios.
Mucho ha cambiado desde entonces, ahora la población cuenta con un Tren Ligero, que no es tan veloz ni es todo subterráneo como el del Oeste de Los Ángeles, pero al fin es progreso.