Maribel Hastings
Mientras el Partido Republicano en el Congreso opta por jurar lealtad a Donald J. Trump a cualquier precio y a bloquear la agenda del presidente Joe Biden, es hora de que los demócratas decidan si el bipartidismo que dicen buscar para impulsar temas como la reforma migratoria no es más que una quimera.
Porque no se puede estar con Dios y con el diablo.
Para cumplir sus promesas de campaña a quienes sí los han apoyado con su voto en cada elección deben optar por mecanismos parlamentarios como la reconciliación para aprobar medidas por mayoría simple.
En cada ciclo electoral, diversos sectores de votantes han apoyado a los demócratas con la esperanza de que al asumir el mando legislen sobre temas que son prioritarios. Una vez se entronan, comienzan los cálculos electorales y casi siempre se busca no molestar a centristas y conservadores que no ven con buenos ojos medidas como la legalización de 11 millones de indocumentados o un alza al salario mínimo, por ofrecer dos ejemplos. Es decir, que se prefiere decepcionar a los votantes que contribuyeron a su triunfo, muchos de ellos latinos, para tratar de granjearse el apoyo de legisladores que simplemente no los apoyarán.
Solamente basta con escuchar las declaraciones del líder de la minoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, diciendo que su misión y “el ciento por ciento de mi enfoque” es bloquear la agenda legislativa de Biden.
Hizo lo mismo con Barack Obama. Prometió convertirlo en un presidente de un solo término y no lo consiguió, pero sin duda la agenda legislativa de Obama se vio afectada porque quiso mostrar civilidad y buscar apoyo bipartidista para sus medidas, ignorando que la mala fe reina entre la bancada republicana, sobre todo ahora que son meras marionetas de un supremacista como Trump.
De hecho, esta semana la congresista republicana de Wyoming, Liz Cheney, está próxima a perder su puesto de tercera en mando en el liderazgo republicano de la Cámara de Representantes por criticar a Trump y su papel central en los disturbios del 6 de enero en el Capitolio, donde hubo muertos por una turba que se creyó la mentira de que a Trump le “robaron” la elección, falsedad perpetuada por el Partido Republicano, incluyendo los líderes del Congreso que permitieron que la bola de nieve creciera hasta desembocar en violencia.
Cheney tiene un sólido historial ultraconservador y es hija de uno de los apóstoles del Partido, hasta el ascenso de Trump, el exvicepresidente Dick Cheney, que no es una blanca paloma. Aun así, está a punto de ser excomulgada por sus pares en la Cámara Baja.
La lealtad del Partido Republicano es hacia Trump por su pánico de perder el favor de los votantes fieles al expresidente, que siguen creyendo la farsa de que “ganó” la elección y se la “robaron”. Con la mira en las elecciones de medio tiempo de 2022, ese Partido Republicano solo está interesado en seguir con su culto de adoración a Trump.
Siendo ese el caso, la pregunta obligada es por qué los demócratas pierden el tiempo esperando el milagro del bipartidismo.
El Partido Republicano ni siquiera está enfrascado en una guerra civil porque ya ha quedado plasmado que el bando pro Trump es quien domina todos sus pasos. Los disidentes quedan convertidos en parias. Lo triste del caso es que los comicios de 2022 determinarán si el culto a Trump sigue siendo la estrategia ganadora para ellos.
Mientras tanto, los demócratas deben preocuparse más por hacer realidad sus promesas de campaña a todos los sectores que los catapultaron al triunfo en las ramas Ejecutiva y Legislativa, en vez de seguir tratando de ganarse el favor de quienes solamente buscan destronarlos.
Y les conviene hacerlo, no sea que los votantes demócratas decepcionados contribuyan con su apatía en 2022 a que, como en 2010, los demócratas pierdan el control de una o de ambas cámaras del Congreso. Ese año los demócratas perdieron la Cámara Baja, en lo que Obama llamó una “sacudida” o shellacking. Una de las promesas que Obama no cumplió antes de esa elección de 2010 fue la reforma migratoria, y muchos votantes latinos se quedaron en sus casas.
Quien no conoce su historia corre el riesgo de repetirla. Pero como dice el refrán: en guerra avisada no muere gente.