Por Maribel Hastings y David Torres
De la declaración del presidente Joe Biden sobre inmigración en su primer discurso ante el Congreso resalta cuando dijo que “pongamos fin a nuestra exhausta guerra sobre inmigración”. Y agregó: “Discutamos, debatamos al respecto, pero actuemos”.
Y esa es la palabra clave: actuar.
Porque hemos visto pasar discurso tras discurso, con bellas y emblemáticas palabras ensalzando el honor, las virtudes y las enormes e innegables contribuciones de los inmigrantes a esta nación, pero que se quedan en el aire cuando se trata de poner en práctica toda esa inspiración discursiva cuando se les pide el voto.
Es decir, más allá de las palabras, lo importante son las acciones que su administración tome de aquí en adelante para impulsar una reforma migratoria por la que se ha aguardado por casi cuatro décadas. En efecto, han sido ya varias generaciones de inmigrantes que han sabido no solo esperar, sino luchar por un cambio verdadero en su situación migratoria, al mismo tiempo que encauzan su vida y la de sus familias con base en el trabajo, en la educación de sus hijos y en sus aportaciones fiscales, todo ello con un estoicismo que arrebata aplausos en cada una de sus historias.
Así, cuando un presidente da un discurso, los diferentes grupos de presión siempre esperan que haga mención del tema que defienden porque eso supone que es prioritario para la administración de turno. Pero no siempre es el caso. Un presidente puede dedicar párrafos a un tema para darle por su lado a los grupos de presión, pero a la hora de la hora todo se hace sal y agua.
En ese sentido, es importante hoy no cejar en el esfuerzo de señalar que este es ya el momento indicado para hacer algo que trascienda en el terreno migratorio, por principio ético y por sobrevivencia política. La esencia migratoria de Estados Unidos está exigiendo a gritos eso, sin que exista otro margen que lo desvíe o, en su defecto, que lo desvirtúe.
En el caso de Biden y la inmigración, quizá un sector esperaba que se comprometiera a lograr esa reforma migratoria a toda costa, incluso sin apoyo bipartidista y a través del llamado proceso de reconciliación, que permite que el Senado apruebe medidas con una mayoría simple de 51 votos, eliminando además medidas dilatorias (filibuster). Casi siempre se reserva para medidas presupuestarias, pero ante una bancada republicana cuyo único fin es obstruir y retrasar, el proceso de reconciliación es música para los oídos de muchos, aunque otros piensen que sea un arma de doble filo, dado los cambios de mando en el Congreso.
De cualquier modo, la nueva administración y sus consejeros en el tema migratorio deben buscar las mejores avenidas para sortear obstáculos políticos y avanzar en ese y en muchos sentido como parte de su misión pública, si es que realmente quieren sentar las bases de una nueva era e la historia del país.
Biden fue más parco y podemos concluir que dijo lo que tenía que decir: pidió apoyo para su plan de reforma migratoria que legalice a los 11 millones, pero al mismo tiempo fijó prioridades entre los grupos: Dreamers, beneficiarios de TPS y trabajadores agrícolas. Y retó además a los republicanos a que si no gusta lo que propone, que presenten sus ideas para buscar algún tipo de consenso.
Al menos Biden dio ese paso desafiante con valor, no a manera de confrontación, sino como un mensaje de que, ahora sí, las cosas pueden resolverse de otro modo.
No es sorprendente que la mención de legalizar a los Dreamers fuera la que más aplausos arrancó. No la mención de los 11 millones, aunque la realidad es que la regularización de indocumentados tiene el apoyo de una mayoría de los estadounidenses, más allá de razones humanitarias, por razones prácticas y económicas. Aun así, ambos temas, dentro de su discurso, adquieren un significado más allá de lo retórico, y por lo tanto adquieren también el nivel de compromiso, más de de promesa. Y eso, en el ámbito de la ética, pesa más, mucho más.
Y esas dos poderosas razones, además del hecho que es un tema que impacta directamente a millones de individuos y familias mixtas, que incluyen votantes que siempre han apoyado a los demócratas, deben guiar los esfuerzos de esta nueva administración para lograr lo que otros no han podido. A no rajarse antes de dar la pelea.
Y esa es su oportunidad, es su reto, es su legado.
Por eso para nosotros, las palabras y el mensaje que envían son importantes. Pero más lo son las valientes acciones que se tomen para que esas palabras se tornen en medidas reales que beneficien a millones de individuos y, en consecuencia, al país.