Por: Dr. Carlos Jaramillo
En la vorágine del mundo moderno, la importancia de la nutrición ha sido eclipsada por la conveniencia y la industrialización de los alimentos, algo que nos está produciendo un enorme daño. No tenemos idea qué es lo que comemos, por qué y para qué, sin embargo, cada vez más voces se alzan para recordarnos que la manera en que nos alimentamos tiene un impacto profundo en nuestra salud y bienestar.
Las enseñanzas sobre la relación entre la alimentación y la salud han perdurado a lo largo de los siglos. Hipócrates, el padre de la medicina occidental, nos instó a considerar que el alimento sea nuestra medicina y la medicina nuestro alimento, mientras que Ludwig Feuerbach afirmaba “somos lo que comemos” y Benjamin Franklin exponía “para alargar tu vida, reduce tus comidas”. También Confucio nos recordó que deberíamos “comer para vivir y no vivir para comer”, Sócrates exponía que “la comida mala es veneno corporal y espiritual” y Francis Bacon decía que “un cuerpo sano es un recinto para el alma; uno enfermo, una prisión”. Estas palabras, aunque milenarias, siguen resonando hoy en día.
Sin embargo, a pesar de esta sabiduría ancestral, nos encontramos en una época en la que la mayoría de nosotros cambiamos el poder de la medicina que nos provee el planeta en nuestros alimentos por el poder de una pastilla formulada por la industria farmacéutica.
Nos enfrentamos a una epidemia de enfermedades relacionadas con la dieta, desde la obesidad hasta la diabetes, que amenaza nuestra calidad de vida, por este motivo la nutrición debería ser una de las grandes bases de la salud y parte de la educación que tendríamos que recibir desde la infancia.
La comida no solo es combustible para nuestro cuerpo, sino también una herramienta para prevenir y tratar enfermedades. La buena alimentación no debería ser un privilegio reservado para unos pocos, sino un derecho fundamental de todos.
Es hora de redefinir nuestra relación con la comida y educarnos sobre lo que realmente estamos incorporando en nuestros cuerpos. Esto implica comprender no sólo qué comemos, sino también por qué y cómo afecta nuestra salud, desde la cantidad adecuada de proteínas y carbohidratos hasta el equilibrio de vitaminas y minerales que nos lleven a desarrollar una dieta que nutra nuestro cuerpo y nuestra mente.
Sin embargo, hablar de nutrición en la sociedad actual no está exento de desafíos. Es necesario reconocer que educarnos es un acto de amor propio y cuidado personal, no un estigma ya que al hacerlo nos empoderamos para tomar decisiones informadas sobre nuestro bienestar, liberándonos así de las enfermedades y de la dependencia a los medicamentos. Es un viaje que requiere paciencia y dedicación, pero los beneficios a largo plazo valen la pena.
Es hora de reconectar con la sabiduría perdida de nuestros ancestros y redescubrir el poder transformador de una alimentación consciente.