La vendedora ambulante originaria de Guatemala, Silvia Juárez, narra las experiencias de odio que se viven en el parque
Arrastrando un carrito cargado con botellas de agua y refrescos bajo los intensos rayos del sol de uno de los veranos más calientes de Los Ángeles, Silvia Juárez camina a paso lento gritando “agua”, “refrescos”, pero al mismo tiempo, sacando la vuelta a los viciosos y enfermos mentales.
“Mas que afrontar todo eso, los vendedores callejeros vivimos entre odio. Odio que está muy presente entre nosotros los latinos”, expresó Juárez mientras se secaba el sudor de la frente bajo la sombra de un árbol.
Dijo que de entre todos los desafíos que enfrenta por lo que representa la labor que realiza desde hace casi 20 años en el mismo parque, lo peor es vivir con miedo entre los hermanos latinoamericanos.
“Antes de salir de mi país me dijeron que me cuidara del racismo de los morenitos y rubios, pero nunca de nosotros mismos.
“Pero el odio lo sufro más de otros latinos”, comentó la mujer de las cinco décadas.
Describió que el odio se ve reflejado en los pleitos que día a día se registran en el parque entre los vendedores.
“La verdad, los que más nos dedicamos a esto en este parque somos latinos, la mayoría de los rubios y morenitos prefieren consumir drogas, y los pleitos se da entre nosotros por lo que dicen ‘derecho de piso’”.
“Los hombres llegan a los golpes”, añadió. “Muchas veces, algunos de los recién llegados se alejan, pero el problema es con los que no se dejan intimidar, entonces empiezan los golpes y la policía se deja venir”.
Juárez dijo que a pesar de que ella ya se “ganó” el “derecho de piso” por la antigüedad, la siguen molestando
“Tal vez porque soy mujer y quieren que me vaya a vender a otro lugar porque ven que vendo y vendo, pero no les hago caso”, expresó. “Pero sí son muy hirientes. Me insultan, me dicen indígena, mugrosa y hasta me mientan la madre”.
Confiesa que ante los agresores no demuestra el dolor que le provocan esas palabras.
“Pero cuando llego a mi vivienda, me siento muy mal. Al día siguiente me cuesta salir a trabajar. Me da miedo porque aunque no me han llegado a golpear o a herir con cuchillo, me siguen amenazantes, quieren asegurarse de que los vea para que me dé más miedo”, contó.
La vendedora ambulante dice que se arma de valor y se prepara mentalmente para salir a cumplir con su trabajo que es la única fuente de ingresos para vivir, pagar renta, alimentos y ropa.
“Tengo que trabajar para comer y pagar mis pendientes”, expresó. “Me pongo ‘mi casco’ en mi cabeza para protegerme de los hirientes, de mis hermanos latinos y de la violencia que generan los drogadictos y enfermos mentales”.
Elsa Jimenez, directora California Mental Health Connection, opinó que el odio se da en todas las razas y hasta en familias, desgraciadamente.
“No necesariamente el odio se hace presente entre una raza y otra. El odio se alimenta de envidias, celos, recelos”, comentó.
En el caso, dijo, entre los vendedores ambulantes por envidias y miedos a no lograr sus metas por culpa de lo que otro hace.
“Los seres humanos somos complejos. Las envidias son malas consejeras. Nadie debemos experimentar odio. En este mundo hay espacio para todos”, comentó.
Dijo que el odio divide e impide que una comunidad, en este caso, la latina no prospere como debe ser.
“Mientras haya una comunidad dividida por envidias y odio, no vamos a salir adelante”, enfatizó.
Denuncia el odio llamando al (833) 866-4283 o al 833-8-NO-HATE, se pueden realizar de forma anónima de lunes a viernes de 9 a.m. a 6 p.m.
Información adicional en: https://www.cavshate.org/ (eligiendo español como idioma)
Nota: Este informe es parte de la serie de trabajos que desarrolla Impulso Newspaper con Stop The Hate (STH), gracias a la financiación proporcionada por el Estado de California y administrado por la Biblioteca del Estado de California (CSL) en asociación con el Departamento de Servicios Sociales de California y la Comisión de Asuntos Estadounidenses de las Islas Asiáticas y del Pacífico de California (CAPIAA).