Todas las familias guardan secretos, algunos son tan oscuros que lo destruyen todo, hasta las propias convicciones.
¿Cómo hablar de lo ominoso, de los vínculos, de la distancia, de la tierra natal como una quimera lejana, desconocida y vital? ¿Cómo hablar de la culpa heredada, del pecado como algo original, irreversible? ¿Cómo se llega a la obediencia ciega, sin dobleces? ¿Hasta dónde el silencio nos hace cómplices, culpables por omisión? El narrador advierte: “Aquí cada quién se salva como puede”,pero entre tantos puntos de vista, construcciones y perspectivas, atestiguamos un mundo en el que nadie se salva solo.
Y líbranos del mal es una novela de búsqueda, construida con una estética minimalista a partir de fragmentos y flashbacks. Es sombría, lúgubre, se descubre por medio de capas, con un impecable manejo de los hilos de la tensión narrativa. Es un goce a veces incómodo: nunca el abuso, el destierro y la culpa resultan digeribles, pero vale la pena entrar a este mundo.
Roncagliolo nos presenta a una familia peruana católica y practicante, que vive una feliz vida de clase media en los Estados Unidos, para hablar, también, de la distancia, de lo lejos que se puede llegar para negar el pasado, de la imposibilidad de liberarse cuando cualquier intento de redención requiere el perdón del padre, al que no se puede nombrar.
He aquí uno de los aciertos: que la distancia acalle y la cercanía amplifique. Jimmy debe viajar a Lima cuando recibe la noticia, en medio de una tarde de ensueño familiar pequeño burgués, de que su abuela paterna está enferma. El viaje iniciático para cuidarla, con acertados flashbacks que descorren el velo de lo que quedó en la tierra de la que se intentó borrar hasta la lengua, nos devela el pulso firme de un novelista que sabe contar una historia, aunque el entramado de relatos salpicados de mentiras no sea precisamente, en palabras del propio Jimmy/James Carlos Verástegui, “una historia en el sentido estricto del término”.